El 15 de agosto de 1977, el radiotelescopio Big Ear detectó una emisión tan extraordinaria que el astrónomo Jerry R. Ehman escribió “Wow!” junto a los datos. Esta Señal WOW, captada en la frecuencia de 1 420,4 MHz—la misma del hidrógeno—se ha convertido en el emblema de un posible primer contacto extraterrestre nunca confirmado. Su fino ancho de banda y la duración exacta de 72 segundos encajan con lo que cabría esperar de una transmisión inteligente, pero jamás volvió a repetirse.
El hallazgo de 1977
Big Ear, ubicado en Ohio, realizaba escaneos automáticos mediante la rotación terrestre. A las 22:16 EDT (02:16 UTC), el equipo registró un pico gradual durante 36 s, un máximo en el centro y un descenso simétrico al finalizar la ventana de observación. El código “6EQUJ5” refleja esa intensidad—30 desviaciones estándar sobre el ruido—y fue anotado a mano por Ehman al revisar el informe impreso.
Intentos de repetición y explicaciones
A pesar de búsquedas con el Very Large Array (1995) y el radiotelescopio de Mount Pleasant (1999), nunca se volvió a escuchar. En 2016, Antonio Paris propuso que nubes de hidrógeno liberadas por los cometas 266P/Christensen y P/2008 Y₂ (Gibbs) podrían haber generado una emisión natural en la misma frecuencia. Por otro lado, el proyecto Breakthrough Listen ha revisitado la zona en 2022, sin éxito, lo que refuerza la hipótesis de un evento transitorio o local.
Implicancias científicas y conspirativas
Para la comunidad SETI, la Señal WOW es un recordatorio de la necesidad de vigilancia continua y confirmación rigurosa. Hoy día, redes globales y telescopios como el Green Bank y Parkes cubren amplios rangos de frecuencia (1–10 GHz) con hertz de resolución, buscando “huellas” tecnosignatures. Sin embargo, en foros conspirativos se especula con encubrimientos gubernamentales y mensajes codificados, temas que alimentan documentales y debates online.
El legado de la Señal WOW
Con más de cuatro décadas de historia, la Señal WOW simboliza la dualidad de la exploración espacial: la frontera entre la rigurosidad científica y la sed de misterio. Ya sea producto de un cometa, un fallo tecnológico o, en última instancia, una civilización desconocida, sigue inspirando a científicos y soñadores a alzar la mirada hacia las estrellas.
